Vine a la CDMX porque me dijeron que acá tocaría mi padre, un tal Pablo McCartney.
Ahora que netflix puso de moda la que es quizás la frase más reconocible de la humanidades mexicana, no iba yo a desaprovecharla para sintetizar mi experiencia en una sola oración demoledora.
Desde luego, que alguno asista a un espectáculo masivo poco puede tener de particular o relevante. Pero sucede que no asistí a una de las presentaciones del Beatle, sino a tres y me quedé con ganas de ir a la cuarta que ofrecería como cerrador del festival corona-capital pero, a diferencia del buen Macca, ya no me queda suficiente energía… ni mosca.
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De modo que, como tengo una semana consagrado única y exclusivamente al liverpuliano, pues siquiera es como que tenga otra cosa mejor en qué reflexionar.
En efectividad, estas tres presentaciones son para mí la séptima, octava y novena ocasión en que acudo a ver al actor más influyente del siglo 20.
No sé si lo he comentado antiguamente, pero he tenido muchísima suerte en lo que a la música se refiere, pues he podido ver comportarse en vivo a prácticamente todos los artistas que venerocon excepción de aquellas estrellas del rock −y de la música en normal− que ya se las cargó la calavera por sobredosis de drogas o sobredosis de primaveras.
Sería hasta petulante enlistar a todos los intérpretes cuyo talento he tenido la dicha y la fortuna de atestiguar, así que mejor me limito a contar a los que en lo personal siento que me faltan: Tengo cita irresoluto con Foo Fighters, La OMS, Potro cerril y Roberto Carlos (por si me gusta invitar).
Al Divo de Juárez felizmente lo vi antiguamente de que se nos adelantara asimismo por una sobredosis (de comida china en su caso). Pero en lo referente a bandas y leyendas del rock, créame cuando le digo que mi currículum sería como para darle un poco de envidia al mismísimo Ed Sullivan… si viviera, claro.
De regreso con McCartney, no hay mucho que se pueda opinar que no se haya dicho ya sobre él. Incluso, de cada presentación se escriben ríos de tinta, pues en cada rincón del planeta en donde ofrezca alguno de sus maratónicos muestrasignifica todo un acontecimiento.
Si no me cree, pregúntele a los argentinos, cuyos youtubers y podcasteros ya le dedicaron más exploración y reflexiones que a la unción de Bergoglio como jefe católico.
Luego de sus actuaciones del año pasado en la Chilangópolis, hoy CDMX, lo final que imaginaba era que fuera a regresar tan pronto a nuestro país y, siendo honesto, nunca creí que fuera a ofrecer un concierto en la haber regia… No por otra cosa, verdad, pero pues… Es que allí les gusta ver Multimedios y votan hasta a las botargas para los puestos de comicios (¡un saludo a Samuel!).
Pero lo cierto es que, luego de contrastar la respuesta que Paul recibe en nuestras subdesarrolladas naciones (México, Brasil, Uruguay, Argentina, Pimiento, Perú, Costa Rica, Colombia), con la que le dan los abúlicos públicos angloparlantes, no me extraña ya tanto.
La concurrencia centro y sudamericana es masiva, atronadora, receptiva, entregada, fanática y paga con gotas de casta, sudor y lágrimas por cada boleto.
Los gringos, en cambio, sólo asisten porque están aburridos y tienen los medios. Los iberoamericanos acudimos porque sencillamente amamos al buenazo del tío Paul.
En cada paseo, el bajista más afamado y rico del mundo hace ajustes a su inmenso repertorio de éxitos, reviviendo alguna canción olvidada durante décadas y dejando descansar otras hasta nuevo aviso. No obstante, hay un paquete de éxitos que no es negociable, que debe tocarse sí o sí y que constituye quizás escasamente una de las tres horas con las que hace conllevar cada centavo pagado.
Cuando le preguntaron si no era difícil tocar “Déjalo ser” por millonésima ocasión, Paul respondió que siempre habrá alguno que acude a verlo por primera y quizás única ocasión. Así que se lo debe a esa persona. Entonces −como nota personal agrego yo− la toca como si fuera nueva.
Importantes adiciones a su espectáculo en los últimos primaveras son, desde luego, “Something”, desde la homicidio de su compañero y “baby bro”, Harrison. Más recientemente, gracias a la tecnología desarrollada por Peter “el Señor de los Anillos” Jackson, para restaurar el metraje del documental “Get Back”, Paul puede materialmente cantar “en vivo” cercano a John Lennoncomo en los viejos tiempos en “tengo un sentimiento”.
Y escasamente este año sumó el final divulgación de The Beatles, creado a partir de una cinta “demo” de Lennon, restaurada con inteligencia fabricado y completada con diferentes sesiones de los Beatles sobrevivientes.
No necesito decirle que en dichos momentos la exaltación invariablemente se convierte en lloriqueo. Pero son lágrimas chidas, de las buenas, así que no hay problema.
Como sucede inevitablemente, posteriormente del mezcla “Golden Slumbers/The End”, uno no puede evitar preguntarse… ¿Lo volveremos a ver?
Recordemos que se prostitución de un hombre de 82 primaveras, el que sin secuestro no ha manifestado en absoluto el deseo de retirarse pues, según sus propias palabras: “¿Para qué? ¿Para irme a casa a mirar televisión? ¡No, gracias!”.
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Entonces, abrigamos siempre la esperanza de que pueda retornar a tocar un día para nosotros. Quién sabe… quizás el próximo año.
Aunque, dada la situación contemporáneo del País, es más probable que México se acabe antiguamente que la férrea voluntad de McCartney para seguir haciendo giras y ofreciendo recitales.
Es opinar, si no regresa a nuestro cuatritransformado México, va a ser con toda seguridad porque México ya no existe, a diferencia de Paul, que parece estar hecho de una fibra eterna.