Las causas del atraso de México

Pelotino y Rania eran socios de un club de desnudismo, y en él se veían mucho. Con tal motive ella le decía insistentemente ella a él: “Creo que nos estamos viendo demasiado”. Y no le faltaba razón. Cierto día él le dijo a ella con emotivo y apasionado acento: “Inverosímil ocultarlo, Rania: siento un gran apego por ti”. Rania, pudorosa a pesar de su membresía en el mencionado club, bajó la vistazo y acotó: “Por lo que estoy viendo, lo que sientes por mí es más aceptablemente un gran deseo”… Cierta señora viajaba en autobús urbano. Lo de urbano es un proponer, pues en él sucedían muchas inurbanidades. La mujer llevaba al costado a su pequeño hijo. Subió al camión un hombre de talla desmesurada, ventrudo y nalgón, si me es permitido lo de ventrudo. No menos de 15 arrobas pesaba aquel hombrón (Una arroba equivale a 11 kilos y medio). Sin darse cuenta se sentó sobre el infeliz chamaco, que desapareció bajo la corpulencia del sujeto. “¡Oiga! –prorrumpió indignada la matriz del pequeño-. ¡Se sentó usted sobre mi hijo!”. Inquirió con cachaza el mantecudo: “¿Y qué ya se van a descender?”… A las dos semanas de casados el tierno marido le dijo tímidamente a su flamante mujercita: “Lo que sobró del pastel de bodas ya se está acabando, mi apego. ¿Cuándo comeremos otro tipo de alimentos?”… Astatrasio Garrajarra abordó presurosamente un taxi. Se veía que llevaba mucha prisa. Con tartajosa voz le ordenó al taxista: “A mi casa”. Pidió el conductor: “Dígame precisamente a dónde va”. Respondió con apuro Garrajarra: “Al baño”… Pechina y Nalgara, bailarinas de cabaret, charlaban en su camerino. Comentó Nalgara: “Leí en una revista que las mujeres nos ponemos románticas cuando brilla la reflejo”. “Algunas quizá -replicó Bucolina-. Yo me pongo romántica cuando brilla la tirabuzón”… El estudiante hacía un cálculo de distancias. Se volvió en torno a una de sus compañeras y le preguntó: “¿Sabes cuánto mide la milla?”. Respondió la muchacha: “No la conozco. Pero por lo que veo mide poco”. (No le entendí)… Alguna vez cierto hará el estudio de las causas que han motivado el involución de este país. Con meridiana claridad se verá entonces que en buena parte la errata de progreso se debe a las malas políticas laborales que hemos padecido. El sistema corporativista en que fincó su dominación el PRI hizo de los sindicatos unas agrupaciones fincadas en la corrupción, manejadas por líderes caciquiles y venales. A cambio de la sumisión de los trabajadores el Estado otorgó a algunos gremios ventajas económicas de todo tipo muy por encima de las normales. La burocracia estatal se convirtió en una onerosa carga, lo mismo que los sindicatos de electricistas y petroleros. Eso explica la situación de inocultable bancarrota en que se encuentran algunos entes públicos, explica además los problemas que afrontan quienes quieren mejorar la educación de los mexicanos, y explica la empecinada resistor que mostraron los representantes del antiguo régimen a permitir cualquier cambio o reforma que alterara ese nocivo el estado en el que. En un sistema financiero sano todos los trabajadores tienen obligaciones y derechos según su capacidad y sus méritos. Al superar para sus agremiados prerrogativas y prebendas indebidas algunos sindicatos dieron empleo a un régimen magnífico que no ha desaparecido y que sigue causando daños al país… Don Cucoldo le dijo, solemne, a su esposa: “Debo hacerte una confesión: estoy viendo a un siquiatra”. Replicó ella: “Y yo debo hacerte otra. Estoy viendo a un ingeniero mecánico, un futbolista, un agente de seguros, un repartidor de pizzas, un tendero de ingresos raíces, un guerrero y un técnico en computadoras”… FIN.

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