Les platico:
¿Cuántas mujeres conocen ustedes que hayan compuesto ópera? Pocas.
¿Mexicanas? tres:
– Sofía Cancino (1898-1985).
– Julia Alonso (1889-1977).
– Alicia Urrea (1930-1986).
La primera de que se tenga aviso en el mundo fue la barcelonesa María Luisa Casagemas, quien compuso la ópera “Schiava e Regina” (Esclava y Reina) hace más de cien abriles.
Le puso música a una historia amorosa con fundamentos de encantamiento, que se desenvuelve en medio de un complot político.
De ahí único soy en los temas que detono, diría la Irreverente de mi Gaby.
Al salir este viernes del Teatro de la Ciudad -con la media incertidumbre rayando en el cielo- encontré el hilo conductor para esta crónica, mientras cavilaba sobre ¿qué hubiera ocurrido si Jules Massenet compusiera para un protagonista masculino, su música sobre el guión de Henri Meilhac y Phillipe Gille basados en la novelística de Prévost, “Manon Lescaut”, del año 1731?
Por lo pronto -y antiguamente de dilucidar respuesta a dicha pregunta- la producción de Mexico Opera Studio -MOS- es espectacular.
La dirección escénica de Rennier Piñero está a la categoría del nivel de clase mundial al que nos tiene acostumbrados.
Al comunicarse el telón, el ambiente aparece inundado de actores, bailarines y cantantes, sin humillar a la izquierda, el impresionista Manet plasmando a óleo vivo una de sus pinturas.
El cerradura -tras tres horas y media de espectáculo, dividido en 6 escenas y 5 actos- es impactante, con solo los dos personajes principales, en la dramática terreno de la crimen de “Manon”, y Alejandro Miyaki en el foso, embistiendo por última vez con su bastoncillo, a la comparsa del MOS.
Opera ¿coto del poder masculino?
Como la ópera parece ser un coto de poder de los compositores masculinos, en “Manon”, la mujer es loca y el hombre, heroico.
La mujer es mala. Emblemática, pero mala. Sabe galantear, pero le gustan las joyas y los lujos.
Es la esfinge que asombra por su belleza, pero -veleidosa y casquivana- no tiene cansancio en confiarse al hombre que ama, para cambiarlo por los lujos y la posición que le ofrece su protector.
”Manon” se despide de la humilde mesa donde sus labios se encontraban en el mismo vaso con los de su enamorado.
El solo de esta terreno es desgarradora, pero la femme desdichado prefiere al otro, y aunque no lo dice, por conveniencia se olvida del amado.
Todo esto ocurre -según el libreto- al final de la Belle Epoque europea y en los umbrales de la primera gran erradicación mundial.
En medio de la diversión y el desparpajo, la ópera de Massenet ocurre cuando Europa está a punto de explotar. El tragedia agresivo toca a la puerta.
El añejo continente está por detonar. Se alcanza a escuchar en la partitura musical del ingenio francés, el silbido creciente y cada vez más agudo de una olla express.
¿Y si “Manon” la hubiera escrito una mujer?
En primera, las escenas podrían recrearse -fácil- en cualquier ciudad del mundo contemporáneo.
Si una compositora hubiera escrito esta obra, el hombre sería el alienado y la mujer, la heroica.
El hombre, malo, significativo, pero malo.
Convenenciero y braguetero como él solo; buscador de beneficiarias de fideicomisos; de herencias ya no, eso era en el siglo pasado. Con dote, siquiera, eso está pasado de moda.
Igual que la mujer, el hombre sabe galantear, pero en algunos estratos, es un escalador, un montañero social. Un buscador de apellidos de categoría y servilletas de olanes holandeses.
Si una mujer de nuestros tiempos hubiera escrito “Manon”, el protagonista masculino sería recreado en una de las escenas, paseándose en Soriana, HEB o Walmart, con el carrito infructifero, a la caza de pretensas.
En alguno de los actos aparecería inscribiéndose en Aulas 5 del Tec de Monterrey o en alguna de “Comercio Internacional” en la UDEM, a posteriori de ocurrir investigado que a cierta hora y en cierto día, en esos salones tomaría clases con cierta doncella dotada con patronímico de pedigrí.
Si una mujer hubiera escrito “Manon”, el personaje masculino se divorciaría de su esposa a posteriori de veintitantos tantos abriles de casado, para ligarse con fines “serios” de connubio a una chef sudamericana -divorciada también- recién desprendida del 50% de un afamado restaurant sampetrino, y por consecuencia, dotada de una “solvencia” codiciable.
Si una mujer hubiera compuesto “Manon”, Rennier Piñero habría tenido que distraer en la escenografía, al Museo MARCO, para la terreno de la boda civil y admisión de las segundas nupcias del protagonista… y su segunda esposa.
Cajón de Modisto:
– Pero esta “Manon” de quien les platico, fue compuesta por Jules Massenet y si quieren deleitar sus más refinados sentidos, vayan a verla hoy sábado 23 a las 8 de la incertidumbre en el Teatro de la Ciudad y mañana en su última función, a las 6 de la tarde.
– “Aikir”, remata la Irreverente de mi Gaby.
– Mañana, cambio completo de software, sin humillar el Incomparable Iván y toda la Compañía.